Arresto de un pandillero en Carrollton (Texas), en el marco de una operación de seis semanas en las que se ha detenido a casi 1.400 pandilleros en Estados Unidos.
La vida de Jeffrey Aparicio, un joven latino residente en California (EE.UU.), ha dado un giro de 180 grados en los últimos años, en los que ha pasado de estar involucrado en una banda criminal y cumplir una pena de cárcel a estudiar en la universidad para ser ingeniero aeroespacial.
“Podré hablar durante poco tiempo porque mañana mismo tengo un examen de mitad de trimestre”, se disculpa el joven, cuyo cuerpo recubierto de tatuajes de su tiempo en la banda le hace destacar entre los estudiantes de segundo año de Ingeniería Aeroespacial de la Universidad Politécnica Estatal de California.
El primero de los grandes cambios de su vida se produjo a los 14 años, cuando su padre, un emigrante del estado mexicano de Oaxaca que tenía dos empleos distintos para sacar adelante a la familia y que padecía alcoholismo falleció repentinamente.
“La última vez que había visto a mi padre nos habíamos peleado, así que cuando lo vi en la cama del hospital en su lecho de muerte, rompí a llorar. Él no podía hablar, pero se puso a llorar también”, explicó.
“Cuando regresé a casa, perdí los nervios. Tenía un saco de boxeo que mi madre me había regalado y me puse a golpearlo como un loco”.
A partir de ese momento, Aparicio perdió la concentración en las clases del instituto, sus resultados académicos empeoraron, y empezó a relacionarse con chicos de su ciudad, Sacramento (California), que estaban metidos en pandillas.
“Todos venían de hogares desestructurados como el mío. Ellos me entendían, estaban pasando por lo mismo que yo”, recordó. Pero ahí empezaron los problemas con la ley: se vio implicado en numerosas peleas, participó en atracos y robos a domicilios particulares, y la casa en que vivía junto a su madre y hermanos fue incendiada en más de una ocasión por bandas rivales.
Aparicio fue detenido por primera vez a los 17 años por blandir un cuchillo, y sólo unos meses después el juez lo mandó a un centro de rehabilitación para menores de edad por esconder un arma de fuego.
Cambio de vida
Viendo el daño que estaba causando a su familia, poco antes de cumplir los 18 tuvo una conversación con su madre en la que le dijo que quería cambiar de estilo de vida para que no sufriese, por lo que regresó al instituto y se graduó.
Trabajó algún tiempo, y finalmente decidió apuntarse a un centro de preparación para estudios superiores, donde descubrió por vez primera que tenía un talento para los estudios: sacaba buenas notas en las clases, especialmente en matemáticas, y enseguida se hizo amigo de sus profesores, que siempre le animaban a seguir.
La llamada a prisión
Pero un año más tarde, en 2011, recibió una llamada de la banda, entró a robar en una casa, la policía lo detuvo y fue condenado a ocho meses de prisión.
“Durante el juicio, la fiscal le dijo al juez que yo era un peligro para la sociedad, que no había cambiado, y leyó todo mi historial criminal. Pero yo, dentro de mí pensaba: ‘No me conocéis, no sabéis quién soy'”, explicó.
En la cárcel, Aparicio se reunió con muchos de sus amigos del pasado, algunos de los cuales estaban ahí por asesinato.
“Un día, cuando sólo faltaban dos semanas para que saliese de la cárcel, uno de los cabecillas de la banda me llamó porque quería hablar. Me asusté. Pero lo que me quería decir es que no regresase, que aprovechase mi segunda oportunidad y saliese de ese mundo”.
Acceso a la Universidad
Aparicio regresó entonces al centro de preparación para la universidad, del que salió seis años más tarde con siete títulos -entre ellos en matemáticas, física y arte-, y fue admitido en la universidad.
Ahora, ya definitivamente lejos de las pandillas, su sueño es trabajar durante un tiempo en la NASA o la compañía aeroespacial SpaceX y después regresar como profesor al centro de preparación para la universidad que le dio la primera oportunidad.
Fuente y más información:
Diario 20minutos