Criaturas de las Tinieblas, íncubos y súcubos

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Hablar de íncubos y súcubos no solo es disertar sobre seres espectrales de origen satánico, fantasmas del sueño o fenómenos paranormales nocturnos, sino que también se trata de explicar su concepción primigenia como medio coercitivo, un instrumento en manos de la iglesia medieval para regular y corregir aquellas manifestaciones y comportamientos que desde su doctrina eran amorales e inapropiadas.

Su origen lo podemos encontrar desde hace siglos en la cultura popular, ya sea agregado al mundo cristiano y por consiguiente asociado al mundo demoniaco, o bien como parte del folclore propio de los pueblos. Además, y como solemos decir en muchos de nuestros programas y artículos de Planeta Incógnito, el binomio Edad Media y cristianismo supuso el origen de la mayor parte de las creencias y supersticiones que hoy día siguen vivas en nuestro mundo occidental, unas con un origen desconocido, quizá paganas transmutadas al mundo religioso y otras como resultado de la manipulación humana para para dominar y subyugar a las personas.  

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Mujeres hostigadas por demonios

Por su naturaleza religiosa, la más arraigada en nuestros días, los íncubos y súcubos no son más que demonios sexuales, es decir, entidades espectrales demoniacas cuya misión es corromper la integridad moral y sexual de las personas. Para la iglesia, el íncubo sería un ángel caído con apariencia masculina, cuyo desordenado y desmedido apetito carnal por las mujeres le convertía en un depredador sexual. Actuaba cuando las mujeres se encontraban dormidas, las perturbaba el sueño y tras inocular todo tipo de perversiones en su mente, acababa manteniendo relaciones sexuales forzadas o consentidas con ellas. Por contra, la figura de súcubo representaría al mismo ser demoniaco, pero con aspecto femenino y que comercia y somete carnalmente con los hombres.  

Hoy día tener sueños sexuales es propio de una sexualidad sana, pero en la Edad Media no era así, más bien al contrario, cualquier pensamiento, inclinación o actividad sexual fuera del rango de la moralidad religiosa de aquel tiempo, incluso las de los  involuntarios sueños libidinosos, fueron considerados comportamientos indecentes y  censurables y hasta en  casos extremos  tildados de  aberración demoniaca; por cierto, conductas  todas reprochables por las religiones de aquel entonces y  que debían ser purgadas y convenientemente  tratadas. De hecho, algunas prácticas como la bigamia, amor libre, solicitación u otras prácticas quedaron bajo la jurisdicción del Santo Oficio.

Por lo tanto, el hecho consumado que no probado del contacto con íncubos o súcubos podía acabar tanto en la anulación matrimonial como conllevar la pena de hoguera para la mujer, eso sí, siempre y cuando se la relacionase adicionalmente con otras prácticas ocultitas y heréticas. 

En el Malleus Maleficarum de 1486 se recoge una clasificación para las mujeres en relación a la gravedad de sus actividades con los íncubos: mujeres que tienen relaciones voluntariamente con estos seres, como son las brujas, hechos recogidos en los sumarios inquisitoriales sobre Aquelarres; mujeres que acceden a mantener relaciones sexuales contra su voluntad, debido a hechicerías o artes mágicas negras, hechos asociados a niñas y jóvenes inocentes  engañadas por brujas y brujos; y mujeres adultas agredidas contra su voluntad, casos mayoritariamente vinculados a las tentaciones y acosos de religiosas y Santas de la Iglesia Católica.  

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Santa Catalina asediada por demonios

Curiosamente la proporción de crónicas de íncubos y súcubos, son de nueve a uno a favor de los primeros, es decir, historias donde la mujer es víctima y culpable de las relaciones sexuales.

En realidad, tanto el cristianismo como otras religiones intentaron controlar las pulsiones sexuales del hombre y la mujer a través de su particular moral sexual, un ideario que giraba en torno a la negación de la existencia del deseo, a la privación del cuerpo como elemento de goce y por supuesto a la repulsa de todos los placeres asociados a su ejercicio.

Debido a ello, la iglesia no tuvo reparo alguno en atribuir esos sueños lúbricos a las visitas noctámbulas de demonios, cuya mayor premisa como ya hemos comentado, se basaba en  someter a las más depravadas relaciones sexuales a hombres y mujeres; pero claro, como en las ensoñaciones eróticas era poco probable obtener manifestaciones  sexuales  y cópulas con  demonio con cuernos, tridentes y rabo, se adoptó la idea de la trasmutación de estas entidades en personas normales de nuestra vida, y así, de la noche a la mañana los demonios en nuestros sueños pasaron a encarnarse en  el panadero, en el joven boticario, en la mesonera, en el  adolescente, en el seminarista, en el rudo cruzado o hasta lujuriosa alcahueta…., en definitiva, en cualquier persona que en nuestra vida real nos llamase la atención.

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Íncubus

Luego, el folklore y la tradición alimentaron todo tipo de creencias con estos seres, desde la idea que los íncubos buscaban a lozanas mujeres y religiosas para hacerlas perder la virginidad, como que los súcubos necesitaban la sangre y energía tanto de recios y jóvenes varones como la de la casta sacerdotal. ¿Coincidencias?, pues no…

Pero la tradición es cultura, y la cultura es arte, de ahí que hasta estos íncubos y súcubos tuvieran su propia coplilla, en esta ocasión recogida en una crónica galesa.

“El diablo que de noche viene y que engaña a las pobres mujeres Íncubo de nombre tiene. Más si engaña a los hombres Súcubo será su nombre”.

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Visita nocturna

No obstante, en la Edad Media se debatió mucho sobre la naturaleza de estas entidades, y aunque mayoritariamente la iglesia cerró filas en las exposición demoniaca, hubo grandes teólogos como  San Agustín de Hipona, uno de los padres de la iglesia que no reconocía salvo en casos muy extremos el hecho del espectro sexual,  o Santo Tomás de Aquino que en su obra “Summa Teológica” ofrece una visión tamizada sobre este pensamiento  con el fin de dar una vuelta de tuercas  sin quebrantar la corriente fijada por la iglesia:

“No obstante, si en ocasiones nacen niños como fruto del comercio carnal con demonios, no se deben al semen que éstos emiten ni los cuerpos que adoptan, sino al semen extraído de un hombre con este propósito, pues el mismo demonio aquél actúa como súcubo para un hombre se transforma en íncubo para una mujer”.

Y aunque en el siglo XV ya hubo intentos racionalistas de explicar el fenómeno a través de la imaginación de las víctimas y de la picaresca que achacaba a diablos lo que era cosa de humanos, sobre todo en ámbitos eclesiásticos, no fue hasta siglos después cuando las visitas nocturnas de estos seres comienzan a perder relevancia.

A pesar de que  siguen existiendo creyentes con estás convicciones, para  la gran mayoría no dejan de ser una mera invención de la iglesia con el objetivo de reprimir las elecciones y pensamientos sexuales, claro, excepto para las nuevas corrientes New Age, que apropiándose de estos conceptos tradicionales lo han permutado al mundo de los contactos ufológicos y de sus particulares “Visitantes alienígenas de dormitorio”.

Lamentablemente, hoy día muchas religiones y sectas siguen enrocadas en un pasado retrógrado y anacrónico que no solo les limita deliberadamente las libertades individuales de sus adeptos, sino que les emponzoña falsas creencias y les tiranizan a través de la manipulación cognitiva y en virtud del derecho de libertad de creencia.

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