Cada año, cuando llegaba el día 10 de agosto mi padre nos llevaba a ver las Lágrimas de San Lorenzo, aquella noche subíamos a un cerro oscuro del monte, nos sentábamos y nos preparábamos para presenciar aquel espectáculo maravilloso, pero antes, siempre nos decía, “cuándo veáis una estrella fugaz, pedir un deseo y se cumplirá”
Pasaron los años, y en uno de ellos le pregunté:
– ¿y por qué llora San Lorenzo?
– San Lorenzo – me respondió – fue quemado en la parrilla el 10 de agosto del 258 por contradecir al alcalde de Roma. Éste, le pidió que le entregara todas las riquezas de su iglesia, y San Lorenzo sin temer por su vida, le ofreció cómo los tesoros más importantes a los enfermos, ancianos y pobres que él ayudaba. El alcalde enfurecido por tal insolencia mandó quemarle, pero en una parilla, para que su muerte fuese lenta y dolorosa.
– ¿En una parrilla?- exclamé.
– Sí, en una parrilla, y mientras le quemaban dijo “Denme la vuelta, que por este lado ya estoy hecho” y antes de exhalar su último suspiro “La carne ya está lista, pueden comer”
Al año siguiente nos comentó que lo que realmente veíamos, eran lluvias de estrellas fugaces, partículas de cometas o asteroides que atravesaban nuestra atmósfera y se descomponían antes de llegar al suelo.
– ¿Meteoros?- pregunté
– Exacto, aprendes muy rápido – respondió mientras acariciaba mi cabeza
Pero el destino quiso que sólo hubiera un año más para observar la lluvia de estrellas junto a mi padre, un último año en el que nos reveló que también dicha lluvia era conocida como Las Perseidas, ya que el origen de todas esas estrellas si juntásemos imaginariamente sus colas coincidirían en un mismo punto de la constelación de Perseo, el semidiós, hijo de Zeus y Dánae, que tras descapitar a Medusa se convirtío en un héroe mitológico…
…Y ahora, ya no veo lágrimas ni Perseidas, ahora observo sólo el cruce de la Tierra con la órbita del cometa 109P/Swift-Tuttle, un cometa que pasó hace 14 años, pero que al atravesar su órbita cada año podemos percibir cómo partículas desprendidas de él, entran en nuestra atmósfera en plena combustión a velocidades medias de 190.000 km/h, para desintegrarse en pocos segundos.
No obstante, a pesar de todo, cada vez que veo una estrella fugaz sigo recordando aquellos inolvidables momentos junto a él, y sigo pidiendo un deseo con las misma fuerza que aquella primera vez en el cerro del monte, aunque sepa que éste nunca se vaya a cumplir…
… pero quién sabe, quizás, el que he pedido hoy se cumpla, ¿no?
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